El naranjo amargo es originario del Sur de Asia, desde China y la India a Siria, Palestina. Se atestigua que fueron los árabes los que extendieron los naranjos amargos por el resto del Mediterráneo sobre el siglo X.
El sabor amargo de estos naranjos es su estado original. Pero aquí he aprendido que cuando un naranjo se abandona su aroma dulce, se vuelve amargo, sus ramas se llenan de grandes pinchas y sus hojas dibujan un corazón en la comisura, su estado cambia.
Es curioso que el abandono del naranjo los amarga, ¿será que nos echan de menos y su carácter se vuelve amargo? O ¿Será que su nostalgia o solastalgia los amarga? Quizás nuestro abandono los liberta para que sean realmente libres, como dice Enriqueta Roquer “amar cura”. Sus grandes pinchas y su aroma amargo tan intenso ¿no nos dice nada? quizás debamos aprender a convivir y reconocer este sabor intenso y a valorar ese escalofrío amargo al morder su fruto, dosificarla o utilizar sus recursos de otro modo. Y con ello deberíamos regresar a nuestros orígenes y cambiar esa palabra de la que hablábamos “abandono” transformándola en manumisión.
En este convivir de dos semanas, he visto parte de lo que la Mandarina Borda es y comparte con estos, el naranjo y la naranja borde, esa recuperación de identidad, una búsqueda de regresar a su origen, la regeneración de su ADN, ese amargor del lugar, no visto como algo malo, si no como algo diferente, un sabor del que tenemos que aprender a utilizar a degustas a amar…
El naranjo borde ha sido durante todo este tiempo un gran aliado, del cual se utiliza todo para múltiples usos. Desde su madera fuerte y resistente, gran soporte de injertos citricos, sus hojas para infusión y esencias, sus flores tienen infinidad de propiedades e indiscutiblemente su fruto, como comestible, jabón, esencias, etc…
fotografía realizada por Darío Escriche
fotografía realizada por Darío Escriche